domingo, 6 de octubre de 2013

Cuentos de Montecristo

Hace mucho tiempo llegó a mis manos la maravillosa obra de Alejandro Dumas titulada El conde de Montecristo, en una ocasión miré la película protagonizada por James Caviezel y pensé que con eso era suficiente, sin embargo un día decidí tomar el libro y asumí el reto de leer las más de mil páginas que tiene, de mi gusto y apego a el surgen estos pequeños relatos, sus personajes me desafían a contar lo que para mí no fue contado, espero me acompañen en este viaje al centro mismo de la isla y todos los que le rodean.

I
El silencio rasco el espacio que los separaba; no; no podía pedir el consuelo de sus brazos; ella había sepultado su amor bajo el apellido de una traición; olvidó las promesas del porvenir ante las madrugadas de su ausencia.
Mercedes sintió su sombra pasar, 
-Edmundo- susurro
pero solo su corazón escuchó las tres sílabas.

II

Su amor le alcanzó para perdonarla, pero no bastó para volver a su lado. Edmundo cree mirarla en el atardecer de los Catalanes más la mano de Haydé espanta sus recuerdos. 

III 


Ese olor es inconfundible -pensó Mercedes-le hacía volver más de veinte años atrás,  su dueño era ya un fantasma; el alma en pena de quién un día le acarició; espectro, que en su tiempo olía a mar, pesca y fortuna.

Mercedes voltea atada a sus pensamientos pero sólo encuentra los ojos negros del reproche.

IV 

La noticia llegó temprano al puerto, El Faraón había regresado, tras largos meses de ausencia, le vería de nuevo, busca su vestido de flores, deja su cabello suelto, conoce por esa sabiduría que sólo los enamorados tienen que él disfrutaba acariciarlo suelto, sus pies quieren volar camino al atracadero, mucha gente se reúne cuando llega un barco, a recibir a los suyos o buscando noticias de los que están lejos, Mercedes se abre paso entre los curiosos, lo busca incesantemente, nadie parece haberle visto, su corazón se acelera cuando se sabe súbitamente abrazada, sus ojos negros le gritan que la espera ha terminado. 


V
Ella lo supo apenas sintio su presencia en el salón; le vio llegar imponente; majestuoso; moviéndose con gracia en medio de todos; su recuerdo; con poco  más de 20 años le invadió; en medio de una tripulación; con ropas sencillas hediondas a mar; siempre rodeado de gente. Hoy la  compañía

ha variado y aves de rapiña  aletean su pensamiento; Edmundo no  es el mismo; lo que ella no sospecha porque la emoción le impide verlo es que esos ojos que tanto amó hoy están secos.

VI

Fernando trajo la carta, simple, sencilla, cruel, en la rapidez de su lectura muchas palabras cruzaron su mente, sólo comprendió ¨¨traición¨¨ y todo aquello con lo que soñó algún día se desvaneció como neblina en tarde de lluvia, ella no imaginaba siquiera que nunca más volvería a dormir en paz, la incertidumbre es el peor veneno para un corazón que ama. 

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